miércoles, 6 de octubre de 2010

Recordamos a “La maravilla negra”


Esta semana decidimos hablar de uno de los más grandes jugadores que tuvo la selección uruguaya en sus tiempos de gloria. Se trata de José Leandro Andrade, de quien el pasado 5 de octubre se cumplió un nuevo aniversario de su muerte, que le llegó a una temprana edad encontrándolo en un total estado de abandono.
La historia de “La maravilla negra”, como se le apodó en los Juegos Olímpicos de 1924 cuando fascinó a todo el pueblo francés con su estilo de juego, es un claro ejemplo de lo mucho que ha evolucionado el fútbol con el paso del tiempo, principalmente en el aspecto económico, ya que hoy en día cuesta imaginarse a un campeón del mundo sucumbiendo en la pobreza una vez finalizada su actividad profesional.


En cuanto a lo deportivo, Andrade debutó en primera división en Bella Vista, el mismo equipo que vio nacer a Nasazzi, de quien fue compañero de vestuario durante muchos años, tanto en el club papal como en la selección. Luego, el moreno volante pasó por Nacional y Peñarol, algo poco común por aquellos años, para después jugar en el fútbol argentino y defender los colores del Montevideo Wanderers, club en el cual se retiró a mediados de la década del 30. A lo largo de esos años ganó varios títulos locales, vistiendo las camisetas de los dos equipos grandes.

Paralelamente a su carrera clubista, tuvo una muy destacada actuación con la celeste, coronándose campeón en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, y en el Mundial de 1930, integrando además los planteles de Uruguay que obtuvieron 3 Copas Américas en la década del 20, siendo nombrado el mejor jugador del certamen en la edición de 1927. Jugó su último partido en la selección en la final del primer Mundial, despidiéndose de la celeste como uno de los jugadores que más glorias supo darle. Sin embargo, su apellido no desapareció de la selección, ya que en la Copa del Mundo de Brasil en 1950, su sobrino Víctor Rodríguez Andrade integró el plantel uruguayo que se consagró campeón, en un hecho histórico que hasta el día de hoy no volvió a repetirse.


Lamentablemente, cuando dejó la práctica del fútbol atravesó una crisis económica muy fuerte, ya que tuvo pocas posibilidades de encontrar un trabajo estable, como le sucedió a muchos de los grandes ídolos de nuestro fútbol. En 1956 dejó de existir, luego de vivir sus últimos días en el asilo Piñeyro del Campo, estando prácticamente ciego y sufriendo una enfermedad pulmonar. Las únicas pertenencias con las que contaba eran una caja de zapatos con algunos trofeos y medallas dentro, que simbolizaban aquellos grandes éxitos que supo tener en su carrera deportiva.

De esa manera se fue un grande, que el día de hoy merece ser recordado por todas aquellas alegrías que le dio al pueblo uruguayo, que lamentablemente nunca supo retribuirle en nada como sucedió con la gran mayoría de nuestros ídolos.

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